lunes, 5 de abril de 2010

El paraíso de los relojes rotos

Tiempo. El tuyo, el nuestro, el del mundo. Corre y no para. Ellos corren detrás, a la par, sin adelantarse jamás a aquel tic tac que no deja de sonar monótonamente.

Quiero frenar y quiero pensar. No veo. Tantas siluetas se convierten en una sombra difusa, y lo que sea que estoy buscando (algo que perdí, tal vez) no logro encontrarlo. Nos persigue un reloj asesino que solo pretende unirnos a un futuro incierto; ¡a sentir pánico!...

Tiempo... de cambio, de crecer. ¿Para qué? Vivo repitiendo historias aburridas y cada vez me mortifican más y más. Siempre que tropiezo vuelvo a abrirme la cabeza, depositando en mi memoria otra herida blanca. Y mi tiempo no sabe curar esas heridas...

Vivimos esperando, sentados en el andén de una estación frenética... buscamos nuestro tren, el que nos llevaría a aquellas tierras idílicas donde el tiempo SI se detiene (incluso con chasquidos). Esperanzados, aguantamos días, meses, años, toda una vida sentados ahí, admirando unas vías invisibles, míticas (¿Existen?)...

Nos sostiene una ilusión, la que dice que tiene que haber algún lugar donde los relojes se rompan y el tiempo, con su siniestro tic tac, deje de ser otro enemigo del alma.

Quizás, esta vez, mi tren decida hacer una parada en mi estación y quizás (quisquilloso quizás) me deje subir... aunque sea por un rato.

No hay comentarios: