domingo, 25 de abril de 2010

El borde

Una habitación.
Cuatro paredes: una de esponjosos almohadones, otra de hierro macizo, otra de vidrio transparente como sus ojos, y una última de espejo.
Un antiguo sillón y una mesa pequeña.
Una lámpara de pie, junto al sillón.
Un joven, pálido, recostado en el viejo mueble.
El piso de cerámica, increíblemente fría como su piel, se encuentra pintado con sangre, un rojo intenso que brota de su abdomen.
Se despierta, tiembla, se sacude con violencia. Una convulsión... y vuelve a perder el conocimiento. En la pared de algodón, existe una puerta de madera, con un pequeño rectángulo de vidrio en el centro. Una joven, casi tan pálida como él, entra en la habitación y se arrodilla a su lado. Toma su mano, le acaricia el rostro, deja escapar tres lágrimas, y se marcha.

Nuevamente, el joven despierta. El suelo está limpio, las paredes son de cemento, y de su puerta emana una luz intensa, cálida y atractiva. Camina hacia ella, lento.


Otra convulsión lo aleja de la luz, la puerta y el calor. Tiembla. Con dificultad logra levantarse y se ve a sí mismo reflejado en la pared. El piso está manchado de sangre. No entiende, no está herido. Gira sobre sus pies y la ve a ella, quien yace en el sillón. Su respiración es lenta, como si estuviera apagándose.
El joven toma su rostro en sus manos y se asusta porque está fría, helada. La joven abre los ojos con la poca fuerza que aún queda en su cuerpo. Sonríe y convulsiona de repente.


Un árbol. Dos, tres.
Un lago, cristalino... eterno.
Una casa en el borde del lago. Humo. Una hoguera mantiene la pequeña casa lo suficientemente cálida como para acogerlos a ambos.
La joven despierta, muy despacio. Se sienta en la cama y mira a su derecha. Ahí está él, durmiendo profundamente. Lo mira con dulzura. Un segundo interminable. Intenta despertarlo, se da cuenta que no respira. No respira, no respira, no respira.
El joven despierta al sentir una mirada anormal. Se sienta en el suelo y mira a su derecha. Ella permanece a su lado, pero por una extraña razón su corazón no late. No late, no late, no late.


Una joven en una habitación blanca despierta bañada en sudor. Sus manos están limpias, al igual que la cama metálica, el piso, las paredes y la puerta de hierro.

Un joven, ajeno a la habitación blanca, duerme eternamente en su casa de madera, junto al lago, la hoguera, y los árboles. La oscuridad, a pesar de todo, no le sienta bien a su pálido rostro.

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