viernes, 27 de mayo de 2011

Micro uno veintitrés

Tal vez quise ser más, tal vez menos. Tal vez no quise ser nada, y quise serlo todo. La que no sonreía y la que no paraba de sonreír. Y soy lo que queda en el medio, de respetar que mis facciones permanezcan inmóviles y dejarlas fluír cuando sienten la necesidad, desde la profundidad, de cambiar.
Sería un punto medio, alternando el bien y el mal y toda posibilidad de ser distinta y ser igual.
Hoy me disfrazo de conejito playboy y me encierro un placard para que nadie me vea. Mañana prometo hacer lo que debo hacer, dejando la sensación de libertad durmiendo bajo mi cama.
Cambia una parte, o cambia el todo, o cambia el hecho de que no me siento igual y me siento la misma sólo cuando cierro los ojos, pero en realidad cuando voy caminando por la calle nadie me mira como yo creo que lo hacen.

Pero, ¿para qué? Matar el aburrimiento, evitar caer en la rutina y en lo riguroso del perfecto diez o el medial cinco. Riguroso, perfecto, riguroso, perfecto, riguroso, perfecto.
Volátil. Imperfecto. Aire (y me cago en la redundancia de mis palabras con el paso de los días o los años).
Quiero ser lo que no soy para ser algo nuevo, diferente. Quiero tener la capacidad de sorprender, pero siento que no la tengo, porque me vuelvo predecible, perfectamente predecible.

Pom, pom pom pom, pom! Y marco un, dos, tres.
En una de esas, capaz eso es el equilibrio no rutinario entre lo que se vuelve predecible, porque los rutinarios siempre eligen el cero, siendo siempre predecibles, pero los rutinarios saben sorprender cuando no se trata de matemáticas. Bravo!

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