domingo, 13 de febrero de 2011

Y dejar sólo el resto

Un mar, soy.
Profundo, oscuro, inquieto.
Y los miles de secretos que esconde,
son mis miles de secretos,
que oculto al margen de mis pupilas...
donde nace el oleaje y cerca de la orilla,
donde muere tu bruma, tu espuma, tu sal.
En ese rincón,
en ese cuarto oscuro entre mi piel y mi aliento,
es posible que haya dejado algo para vos.
Un resto de esta roca, mi nuevo corazón,
para que termine de erosionarse con tu desprecio,
quebrar este caparazón
y abandonar esta porción de mundo,
impávido ante tanta indiferencia.

Un mar, puedo ser.
Crecer cuando tu alma mengúa,
mermar mi magia al elevarse tu ego.
Y en el descenso, que quede un aroma a fresco
escurriéndose entre las luces,
mezclándose con una sigilosa caída de sol,
sobre el mar, sobre mí.
Detrás, detrás de la penumbra de nuestra razón,
estoy cantándote, y vos estás durmiendo,
lentamente y te ves bien,
lentamente y quiero enredarte en mis brazos,
hacerte parte de mí, inexorablemente.

Un mar, quiero ser.
Sumergirme con vos,
sumergirte en mí.
Somos dueños de este naufragio
y de todo este tiempo, nuestro momento.

Alcanzaré el paraíso,
después de algunas horas,
de algún que otro pernocte.
Te alcanzaré...
en tu momento de mayor esplendor,
rozando la excelencia,
y de esto no habrá resto,
salvo esa fracción de corazón.

Sabré olvidar, y perdonar,
y elevarme más allá de mí,
más allá del mar.

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