Miró un segundo a través de la ventana. Sonrió. El viento, el sol, la cadencia de la mañana. Dio un paso en falso, o eso creía. Pisó firme, después de todo. Sonrió. Ah, sus ojos brillaban, destellaban magia. Lamentablemente, no había nadie ahí para admirarla, para adorarla, para enamorarse. Y ella lo supo, fue conciente de su soledad. Sonrió con amargura y desencanto.
Empezó a caminar pausadamente, esperando que alguien apareciera, la tomara por la cintura y se perdiera en su mirada. Dio varios pasos, no los contó para que no doliera tanto, y al ver que nadie se presentaba, aceleró su ritmo.
No lloró; volvió a sonreír con dulzura, con esperanza y anhelo. En su mirada se dibujó la risa y comprendió de qué se trataba aquel juego. La espera es eterna, si se trata de no esperar nada ni a nadie. Sonrió hasta que la risa la atrapó y empezó a correr. Disfrutó el viento rozándole la cara, el sol tostando sus mejillas y la mañana encendiéndose lentamente. Se dejó llevar, saltó, gritó, rió a carcajadas.
Tropezó y en un segundo sintió como su cuerpo caía; solo esperaba el impacto. Nunca tocó el piso, no. Unas manos la atraparon en el aire y la mecieron hasta ponerla en pie. Sus ojos brillaron, deslumbraron. La magia la envolvió, los envolvió.
Despertó, sonrió con toda la dulzura posible, y se encontró recostada en el suelo, confundida y con un fuerte dolor de cabeza. No sonrió, no lloró. Se levantó y siguió caminando, lentamente.
1 comentario:
evidentemente tenemos un concepto distinto de sonreir u.u
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