Todos tenemos secretos. Buenos, malos, íntimos.
Algunos los compartimos con algún alma cercana porque creemos que nos comprende, nos sostiene o simplemente se mimetizan con un sentimiento a través de ese pequeño secreto.
Algunos secretos están cargados de alegría, otros pueden llegar a ser terribles y temibles.
Todos tenemos secretos, todos tenemos algo guardado, algo que nos hace sentir misteriosos... Es algo que no mostramos abiertamente porque de esa forma entendemos –inconscientemente- que una parte de nosotros queda reservada solo para nosotros mismos o, como mucho, a una o dos personas más. Y pensándolo de esa forma, tener secretos está bien. ¿No?
¿Qué pasa cuando secretamente te estás matando? ¿Qué pasa cuando ese secreto, ese ínfimo detalle que no estás contando es el que te está consumiendo? ¿Qué pasa cuando sabés que dejarlo ir podría salvarte y, sin embargo, no podés hacerlo por miedo a ser juzgado? ¿Qué pasa cuando tus secretos te dominan, te condicionan? ¿Qué pasa cuando ese secreto te ata al silencio?
Secretos... Todos tenemos secretos, yo los tengo, vos, ella y él, el vecino de enfrente. Algo ocultamos, de algo privamos al entorno, a quienes nos rodean... A veces, incluso a nuestros seres más cercanos y queridos. Siempre, indefectiblemente, hay algo que no le confiamos a nadie, a veces siquiera nosotros mismos admitimos que lo estamos escondiendo… Esconder, como si estuviese mal – ¿está mal?-, como si temiésemos que alguien pudiera robarlo, cambiarlo, arruinarlo.
Sí, podrían arruinarlo. Dejaría de ser secreto, no habría misterio, no habría juego para jugar (no te buscan, no buscas, no te encuentran, no encontrás; ¡sal de donde sea que estés!). No habría peligro, no existiría esa adrenalina de ser descubierto o no, de que te pesquen haciendo eso que tanto temen. Le quitaría diversión a tantas cosas que hacemos, somos, decimos, pensamos, guardamos.
¿Qué pasa si te quedás callado sin pedir ayuda? ¿Qué pasa si por jugar con fuego te estás quemando y, por cobardía, no hablás a tiempo?
¿Qué pasa si el secreto muere con vos? ¿Qué pasa si es el secreto lo que te mata?
¿Qué pasa si hablás y tu casita de paja se viene abajo? ¿Qué pasaría si alguien te descubre y se pone en el papel del lobo feroz, sopla y derrumba tu casita? ¿Qué es peor?
¿Te callarías un secreto si supieras el daño que puede causar a largo plazo?
Todos tenemos secretos. Algunos los amamos tanto que corremos el riesgo de que se conviertan en uno de esos amores que matan, amores por los que mataríamos.
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