Peor que mezclar faso con fernet y birra. Peor.
O capaz que no. Que se yo...
Quizás cuando se va el efecto, todo se acomoda un poco y ya no te sentís sapo de otro pozo.
Salvo el mareo, la confusión, la interminable duda... ¿Cómo llegué hasta acá?
Al final, volví. Cada hueso en su lugar, cada bala en su herida, no? No.
Cada corazón flotando a la deriva, examinándose frente al espejo y preguntando, también, qué carajo hacemos acá.
Y peor se vuelve todo si hay mar, arena y tanta libertad expandiéndose de adentro hacia afuera... y tanta calma que no deja de fluir desde tu centro hasta cada una de tus extremidades.
No importa si se duermen tus manos o tus pies, si estás temblando o si tu cerebro está a punto de hacer una mega explosión de ideas que te van a rebalsar hasta colmar toda tu cama de inquietudes, miedos, y la misma pregunta una y otra vez: ¿qué hago acá?
No se, piba. Recién te subiste al micro y tenés todo el campo para divagar. Divagá.
(primera estación)
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