Hoy me puse a contar segundos y ventanas... Todavía no se para qué, supongo que buscaba encontrar algo de paz, de serenidad, que afloje un poco tanto tironeo entre estar bien y estar mal.
Y me puse a contar las hojas de un cuaderno al que le quedan menos de la mitad en blanco. En ocho meses, más de setenta viajes a través de mi mente. Todo ahí, en ese pequeño cuaderno con tapas de corcho.
Miré por una de las tantas ventanas y vi el mundo sin mí, luego al mundo sin ellos y yo ahí en el medio mirando el mundo sin mí. Y nos vi desde arriba, colgando de un cable, vi como yo miraba y a mí nadie me veía a través de los cristales.
Pensé que quizás la culpa era mía, que en mi mente había puesto un par de vidrios espejados en lugar de vidrios transparentes... Quizás por eso no me veían.
¿Y qué hacía allá arriba? Un viaje interrumpido tal vez, donde no llegué a mezclarme con las nubes, quedé a mitad de camino en una idea inoportuna y fugaz. Pero de algo sirvió (aparentemente, cada suceso tiene un propósito).
Resulta que desde allá,
me vi fallando, lastimando.
Me vi siendo torpe, indecisa,
siendo ingenua y dañina por eso.
Me percibí siendo niña, y lamenté no crecer,
y me sorprendió lo madura que fui,
quizás alguna vez que elegí bien.
Me vi sonreír y dormir y estallar,
y volar y pensar y expresarme.
Me entendí como música, canción,
y me desentendí de mi entorno tal cual es.
Me contaminé con miradas y gestos
y entonces contaminé con palabras necias.
Y me vi prenderme fuego una vez,
y me vi feliz entre tanta llama,
y me vi feliz ahogándome entre el humo.
Y dejé de verme.
Ahí entendí porque estaba allá arriba.
Si yo no me veo porque el humo me tapa o me envuelven las llamas, ¿quién va a verme?
Si no me veo, no me entiendo a mí misma como lo que soy, no me pongo un valor como la persona (poca, tal vez) que soy... ¿quién podría verme? Y estando tan ciega, ¿a quién le robaría los ojos para ver el mundo a través de la ventana por la cual creo ver el mundo sin mí? (¿segura que sin vos?)
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