Y nos pasó que no entendimos por que, de repente, teníamos que acostumbrarnos otra vez.
Y no supimos si era la ausencia, el delirio o el tacto mismo. No supimos.
Pero pasó que te diste vuelta, encontraste sangre y volviste a voltear. Ahí estaba yo, siendo tan yo, tan sumisa y tan rebelde... quisiste ceder, quisiste escapar; incluso, gritarme. Al final, me abrazaste y dijiste mi nombre.
Mi nombre.
Yo intenté soltarme, como cada vez. Entonces, mi nombre.
Yo intenté soltar tu bandera, soltar tus ojos y mi bandera se incendió.
Pasó que no entendí el porque de este final, tan último como primero y tan extraño como real.
Y todo lo contrario. Todo. Porque no supimos entender que debíamos acostumbrarnos.
a veces siento que desaparezco porque, según vos, yo ya no existo ahí.
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