Si algo nunca les faltó fue el mate, la chocolatada y las vainillas... y el olor a malvón.
El olor. Que hoy me volvió mientras caminaba en el barrio y me llevó, brevemente, de viaje, a esos veranos.
¿Desaparecieron? El patio ya no huele a malvón. Ni a chocolatada ni a vainillas.
Ni se sienten las risas, no se oyen los murmullos al caer el sol.
Ahora, alguien, de vez en cuando se sienta en esas mismas sillas, a contemplar la noche, a fumarse un cigarrillo, y ver la luna entre los pinos del fondo, detrás de la medianera. Sin olor a malvón.
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