Ella era el tipo de personas que todos volteamos a mirar ni bien entra en el salón. Ella, y su pelo flotando detrás, eran la clase de maravillas por las que uno podría dejar caer la mandíbula en dos segundos. Ella era, entre otras cosas, ella. Simple y exquisita. El tipo de persona que yo volteé a mirar cuando me chocó mintras caminaba por la avenida que corta mi calle. No se que fue lo que más me gustó de ella, o quizás es que no puedo describirlo.
Ella era, en pocas palabras, la del pelo largo y siempre suelto (igual que ese día) y la que exhibe su sonrisa por doquier especialmente con sus ojos oscuros, la que me dijo "perdón" con la voz más rica del planeta, con ese tono adormecedor al que inevitablemente contestás "sí". Era ella, y nadie más que ella, la que yo me quedé mirando por algunos minutos mientras se alejaba de mí y de aquel punto de encuentro.
Se que fue algo más, y mucho más fuerte, que su pelo, sus ojos, su voz y la magia interminable que desprendía su cuerpo moviendose grácilmente sobre las baldosas de aquella vereda. Fue algo más que chocar y verla pasar, y lucir sus jeans ajustados, sus zapatos negros y sus remeras tan variadas, tan in, tan... sí, miré su ropa, miré como se mecía su pelo al mismo ritmo que avanzaban sus pies. Todo en esa vereda. Y todos los días después de chocar ese día. Porque la vi y no pude dejar de mirarla, y de chocarla.
Ella era espectacularmente única y capaz de volverme loca, capaz de dejarme pensando por horas en cada mínimo detalle, capaz de pedir disculpas una y otra vez y otra vez todos los días desde aquel día que chocamos por primera vez. Hasta hoy, ella era lo que más me atraía por estos lados del mundo, lo que más me motivaba a no esconderme más, pero (palabra inevitable cuando la vida muta todo el tiempo, no dejamos de mutar dicen) entendí su existir y el mío aparejado al de ella. No fue difícil, a pesar del tiempo que me tomó, comprender, a pesar de lo magnífico de sus pupilas, qué era lo que captaba mi atención con tanta obstinación, de mis sentidos, de mi concentración.
Seguridad. Con seguridad, era su seguridad. Ella era seguridad. El aire que ondeaba dulcemente, rodeando sus facciones, era candente seguridad. Ella emanaba ese "sí" a gritos, era ella un sí con un signo de exclamación a su lado. Seguridad, susurraban las finas líneas de sus ojos y la comisura de su boca, seguridad.
Infalible confianza destilaban sus pies en contacto con la vereda y yo que miraba, hipnotizada. Y era esa milésima de segundo en la que destellaba su esencia cuando yo me pegaba a su evidente perfección (la que ella me hacía creer).
Aspiración, el querer ser, sus zapatos, sus jeans, sus remeras de colores y lo grato en el tono de su voz pidiendo disculpas al chocar con los desconocidos (por siempre) que caminan el mundo después de que lo pise ella.
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