Probé borrarte, ignorarte.
Entre todo lo que se esfuma fuera de foco, tu figura vuelve nítida mientras duermo.
Probé meterte debajo de mi piel.
Me desangré tratando de sacarte de ahí; me desangré y morí.
Intenté dormir y despertar fresca, dejando la ventana abierta.
El insomnio se volvió una enfermedad que se instaló en mi cama por vos. Un fiel reemplazo.
Probé traspasarme y transportarme.
Del otro lado, siempre estás vos. Nada te detiene; perseverante como un dios.
La única vez que mis intentos tuvieron éxito, flaqueó mi voluntad y terminé cediendo al temporal de tus palabras, porque saben bien, porque me endulzan hasta los huesos. Así lo quise.
Porque probé odiarte con cada gota de sudor y cada gota de sangre derramada, y sin embargo siempre es más fuerte tu presencia, tu esencia, mi demencia.
Aniquilarte con lo que sea, con lo que más queme las heridas y las cicatrice. Devorar este silencio eterno que nos condena, que me contamina la conciencia, me llena de culpas.
Yo no me equivoqué, sigo fallando.
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