En algún punto de nuestras vidas nos toca tomar decisiones importantes. En ese punto, abrazamos un riesgo imperceptible, la sensación de estar jugando con un límite y arriesgarse al todo o nada. Es ese momento crucial donde en una milésima de segundo vemos el pasado, el presente y un posible futuro tambaleando, mezclándose, ayudándote a hacer una imagen clara en base a tus opciones.
Ese momento es cada segundo que respiramos, cada latido del corazón. Cada vez que parpadeamos, algo está cambiando, alguien, en algún lugar, es una decisión de vida o muerte. No hace falta más que mirar tan sólo un poco más allá de nuestro ombligo y ver que al menos una persona está jugando con la línea que divide la ruta de la banquina.
No se si alguna vez jugaron a esto, pero es algo parecido a la ruleta rusa. Es de noche; andamos en la ruta a 100 o 120 km por hora, tus luces no andan. Existe una línea en la ruta que divide ambos carriles. El juego consiste en permanecer en el carril contrario hasta que a alguno de los autos es atrapado por el pánico y se echa a la banquina. Bien, yo jugué. Fue divertido andar con el corazón en la boca un rato....
Hasta que cruzamos la línea.
Nos fuimos a la banquina y en mi cabeza lo vi todo negro, el auto dando vueltas muy velozmente, el parabrisas casi rompiéndose.
Pero el auto no dio vueltas. Tuvimos suerte y retomamos el control. Cruzamos el límite sólo unos milímetros (los cuales podrían haber sido suficiente para ganar la nada).
Fue nuestra decisión, fue nuestro riesgo; conocíamos las consecuencias. Jugamos igual y casi perdemos. En un parpadeo, lo vi todo. Ocupó miles de latidos, pero lo vi.
Decisiones que pueden llegar a matar.
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