Eras una hoja de otoño, cayendo lento,
bailando con el celeste del cielo,
ahogándote entre nubes de granizo.
Eras la tempestad al llegar a la esquina,
el porque de todos esos intentos
murmurando a la sordera de los necios.
Estabas donde estaban las preguntas,
y tus manos, como signos de interrogación,
se aferraban a lo único certero que brillaba.
Las palabras tenían sentido en su boca,
tu mirada tenía sentido sólo en sus ojos,
y el sentido de tus pasos seguía en silencio.
Prometimos un mañana coloreado,
verde y blanco, rojo, amarillo y azul,
la nostalgia de estar lejos al nacer el sol.
Dibujamos en el aire lo que pudo ser real,
y soñaste que los años eran vagos,
que los días del pasado no eran suyos.
Amanecen las sábanas y con ellas el sol,
y en ellas la manera en que cantás,
un dulce vaivén de hablar hasta sonreír,
de sonreír hasta estallar,
de estallar hasta renacer,
de renacer hasta volver a empezar,
de volver a empezar hasta vos,
de vos hasta saber que no queremos quedarnos callados,
de un silencio hasta hablar del ciclo que cumplen las hojas,
de hablar... hasta sonreír.
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