No dejé de tener miedo. Sigo sintiendo pánico si nos miramos a los ojos.
Con la boca seca, después de tanto correr, supongo que no me quedó otra. Dudando, de que quizás me tiemblan por el miedo mismo, o por el esfuerzo mismo, o por ser yo misma.
El alma se me dobla.
Después de tres cuadras, las luces se esfuman y se retuercen sobre sí. En una estructura circular, se sumerge más que la luna y una estrella desde el cielo está mintiendo nuestra espera. Quienes saben de luz, saben de ella, saben de mí, y conocen sus historias.
En ese laberinto, de recuerdos olvidables, de momentos revivibles, hay marañas de elementos contrastables con elementos reales del exterior de mi mundo oblicuo, y memorables canciones que hablan de clonazepán.
Se tapa la hediondez de tu malversación de sonrisas con esencia de limón y vainilla. Carcajadas en un callejón y sal a las babosas del jardín, y dando media vuelta sigo enredada en mi tartamudez.
Que tarde o temprano, lo cósmico de este asunto se va a destapar y estar parados, cara a cara, me va a doblar las rodillas y mis tobillos se van a quebrar.
El alma se desdobla, sobre un par de ruedas, y echo a andar sin respirar, para no caerme, para que él no me alcance y me mire a los ojos y me recuerde que la mejor salida es sólo un circo de colores que gira por un buen rato y se detiene en una lágrima.
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