Ceder a tu locura, a tu cadencia maníaca al hablar y a tus argumentos sin sentido. Ceder, ceder a tus delirios, tus planteos, tu histeria, tu ignorancia.
Ceder porque es más fácil, porque es dulce, acogedor, placentero. Es excitante, un deleite intelectual que sobrepasa la razón, la lógica, lo congruente y lo tangible. Ceder a vos, tus manos, tu piel.
Ceder a tu constancia, tu rutina, tu enfermedad sedentaria de no viajar jamás (¿o jamás dejar de hacerlo?). Ceder a un mundo gris, a un discurso interminable sobre el bien y el mal (que solo termina cuando el ingenuo bien se somete a un déspota mal por un poco de pan).
Ceder porque no quiero enfrentarme a nadie, ni a nada… ni tu locura, ni tus planteos, ni tus placeres terrenales y espirituales, ni el éxtasis de tus manos, tu piel y tu voz, ni tus alucinaciones, ni tu sedentarismo, ni nada, nada, nada.
Ni vos, ni yo, ni la música, los grillos, las jaulas, el vuelo, la luna, las hojas, mi lápiz, mis sueños, tu pelo, nuestras sombras… nada tiene el poder de motivarme lo suficiente como para no ceder a tu atracción, ese magnetismo extraño por el cual me vuelvo un espectro sumiso, obediente, capaz de caminar directo hacia un barranco y saltar, sin perder jamás mi sonrisa demente.
Ceder, ceder, ceder en un acto suicida para subsistir en una tierra de ensueño donde siempre (SIEMPRE!) vamos a brillar.
Ceder porque es más fácil, porque es dulce, acogedor, placentero. Es excitante, un deleite intelectual que sobrepasa la razón, la lógica, lo congruente y lo tangible. Ceder a vos, tus manos, tu piel.
Ceder a tu constancia, tu rutina, tu enfermedad sedentaria de no viajar jamás (¿o jamás dejar de hacerlo?). Ceder a un mundo gris, a un discurso interminable sobre el bien y el mal (que solo termina cuando el ingenuo bien se somete a un déspota mal por un poco de pan).
Ceder porque no quiero enfrentarme a nadie, ni a nada… ni tu locura, ni tus planteos, ni tus placeres terrenales y espirituales, ni el éxtasis de tus manos, tu piel y tu voz, ni tus alucinaciones, ni tu sedentarismo, ni nada, nada, nada.
Ni vos, ni yo, ni la música, los grillos, las jaulas, el vuelo, la luna, las hojas, mi lápiz, mis sueños, tu pelo, nuestras sombras… nada tiene el poder de motivarme lo suficiente como para no ceder a tu atracción, ese magnetismo extraño por el cual me vuelvo un espectro sumiso, obediente, capaz de caminar directo hacia un barranco y saltar, sin perder jamás mi sonrisa demente.
Ceder, ceder, ceder en un acto suicida para subsistir en una tierra de ensueño donde siempre (SIEMPRE!) vamos a brillar.